El pastel más grande del mundo.
Había una vez una princesa que dio al cocinero la orden de preparar el Pastel más grande del mundo.
El cocinero reunió durante varios días con sus noches las golosinas preferidas de la princesa. Hizo montañas de frutillas, de maníes ; pilas y pilas de turrones, parvas de caramelos. Instaló en la cocina heladeras repletas de chocolate, crema y helado; llenó estantes con frascos de dulces de fruta. Y, por fin, para asombro de los niñitos del reino, un día hizo que le dejaran cargamentos de chupetines de limón, favoritos de la princesa, en la puerta de su cocina. El cocinero empezó a mezclar, a batir, a amasar, a hornear, a apilar un pastel sobre otro, un pastel sobre otro, para hacer el pastel más grande del mundo.
Tan alto lo hizo, que el pastel levantó el techo y una bandada de pajaritos hambrientos comenzó a revolotear sobre él. Tan ancho le quedó, que el pastel se atascó en la puerta, cuando el cocinero intentó llevarlo al comedor. En fin, tan grande le había salido, que no podía sacarlo de la real cocina. El cocinero con gotas de sudor y manchas de chocolate, probó entonces mover el pastel con una palanca, primero; con una carretilla, después; con una grúa, al final. El pastel no se movió, no se movió no se movió. Y lo único que el cocinero consiguió
Fue resbalarse en la crema y desparramar confites de la decoración.
Unas horas después, sentado sobre una alfombra de nueces, tuvo una idea: tomó pico y pala y cavó en el interior del pastel un comedor con sus mesas de pastel, y sus sillas de pastel y sus candelabros y sus ventanales y su araña de cristal… de pastel. Luego llamó a la princesa y le anunció que el pastel más grande del mundo estaba listo.
La princesa, sin decir ah, se abalanzó sobre el pastel, se metió inmediatamente adentro y se lo comió todo, todito. Y, como a mí ni miga me dio, este cuento se acabó.
Valentina Yuso y Martina Paflik.
Curumbamba y curumbé
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